
Doctora en Ecología y Biología Evolutiva, académica de la Universidad del Bío-Bío (UBB) e integrante del claustro del Doctorado en Ciencias con mención en Recursos Naturales Renovables, la Dra. Marcela Vidal Maldonado lleva años investigando sobre conservación de la biodiversidad y herpetología chilena. Sin embargo, su mirada crítica hacia la forma en que se hace ciencia en Chile la llevó a escribir un libro que ha removido conciencias en el mundo académico. En él aborda lo que denomina “Publicar sin ética: la estrategia silenciosa del poder académico”, de la editorial Hammurabi, un sistema que empuja a investigadores y estudiantes a priorizar la productividad por sobre la integridad científica.
Conversamos con la Dra. Vidal sobre las motivaciones que la llevaron a publicar este libro, los conflictos éticos en la investigación chilena y la necesidad urgente de una ciencia más humana y honesta.
“Este libro nace de la necesidad de decir lo que nadie quiere decir en voz alta”.
—Doctora Vidal, ¿cómo surge la idea de escribir un libro que cuestiona tan abiertamente las prácticas del mundo académico?
—Este libro fue una necesidad personal y profesional. Lo dediqué especialmente a las personas jóvenes, para que no repitan los errores y frustraciones que yo misma viví como académica. Durante mi carrera he visto —y sufrido— situaciones de abuso, robo de publicaciones y apropiación de ideas. He asistido a congresos donde colegas presentaban diapositivas que eran mías, sin saber cómo las obtuvieron. Todo esto me hizo pensar: ¿qué nos está pasando como comunidad científica?
Dirijo un curso de Fundamentos Aplicados en Bioética, y allí empecé a ver que muchos estudiantes desconocen por qué se incentiva tanto la publicación científica. Les dicen “publica o perece”, pero nadie les explica de dónde viene esa presión. Esa deshumanización me impulsó a escribir.
“El sistema empuja a cometer faltas éticas”
—¿Cree que estas malas prácticas son un fenómeno particular de Chile o se repiten en otros contextos?
—Esto no ocurre solo aquí. En el libro cito más de 150 referencias bibliográficas y la evidencia muestra que es un problema extendido en América Latina. Las universidades evalúan a las personas por el número de publicaciones, sin importar muchas veces la calidad ni el impacto real del trabajo. A eso se suma la existencia de revistas depredadoras, donde basta pagar para publicar en pocas semanas. Todo eso va generando un ambiente tóxico, competitivo y profundamente injusto.
“Callar se aprende; denunciar cuesta caro”
—Una parte del libro aborda el silencio institucional frente a los abusos académicos. ¿Por qué cree que cuesta tanto denunciar?
—Porque en la academia se aprende rápido la cadena de mando: callar es mejor que hablar. Muchos estudiantes piensan que si denuncian perderán su beca, su tutor o su lugar en el laboratorio. Y hay cinco razones por las que normalmente no se denuncia: se teme a las represalias, se normaliza la copia, se cree que denunciar no sirve, se idealiza al profesor, y finalmente se pierde la confianza en el sistema.
Yo misma pasé por eso. Pedí cambio de tutor en mi doctorado y fue una decisión difícil, pero necesaria. Por eso mi consejo a quienes recién comienzan es: armen una carrera libre, basada en la ética y la autonomía. Si algo no huele bien, si sientes que estás siendo vulnerado, cambia de entorno y denuncia formalmente. La libertad comienza cuando uno se atreve a decir “no”.
“Las universidades tienen una deuda ética enorme”
—¿Qué responsabilidad tienen las universidades en todo esto?
—Altísima. Las universidades han delegado la ética a los comités científicos que solo revisan consentimientos informados o protocolos, pero no abordan los problemas reales: plagios, fraudes, manipulación de datos, robo de tesis.
Por eso en la Universidad del Bío-Bío impulsamos la creación de una Comisión de Ética Universitaria, incluida en el nuevo estatuto institucional (DFL 15/2023). Esta comisión tendrá la tarea de tratar los conflictos éticos que no se resuelven en los sumarios ni en los pasillos. No se trata solo de sancionar, sino de hablar el tema abiertamente y sin miedo.
“Necesitamos una ciencia lenta, no una ciencia que se devora a sí misma”
—Usted menciona en su libro la idea de la “Ciencia lenta”. ¿Podría explicar ese concepto?
—La Slow Science es un movimiento que busca repensar el modo en que generamos conocimiento. Hoy todo está orientado a producir rápido: proyectos Fondecyt de tres años que exigen publicar al final del segundo. Pero la ciencia real, la profunda, requiere tiempo, maduración, reflexión.
Yo trabajo con ranas y lagartijas, especies que a pocos interesan. Mis publicaciones no serán altamente citadas, pero son fundamentales para la conservación de la biodiversidad. Si el sistema solo valora cuántas citas tienes o en qué cuartil públicas, entonces la ciencia se vuelve un negocio. Necesitamos tiempo y libertad para pensar.

“Levantar mujeres, formar redes y hablar de ética: ese es mi camino ahora”
—¿Cómo ha sido la recepción del libro entre estudiantes y colegas?
—Sorprendentemente buena. Los estudiantes me dicen: “Profe, todo lo que usted nos ha contado en clase está en el libro”. Y eso me alegra, porque quise escribir en un lenguaje accesible, sin tecnicismos, para que cualquiera pudiera entender.
También he recibido el apoyo de muchos colegas que reconocen haber visto malas prácticas, aunque pocos las admiten públicamente. Queremos organizar conversatorios en Chillán y otras ciudades, para abrir el debate.
Yo hoy dedico gran parte de mi tiempo a formar mujeres jóvenes investigadoras, enseñarles a publicar, a defender sus derechos y a crear redes de colaboración. Porque lo que no se nombra, se repite.
“La ciencia chilena necesita una revolución ética”
—Para cerrar, ¿qué mensaje le gustaría dejar a la comunidad científica?
—Que la ciencia chilena necesita una revolución ética. No basta con decir “publica o perece”; debemos preguntarnos para qué y para quién publicamos. La integridad debe valer más que el índice H o el cuartil de la revista. Y eso solo cambiará cuando hablemos del tema, cuando las universidades asuman su rol y cuando los jóvenes se atrevan a ser libres.
Porque, al final, la verdadera excelencia científica no está en producir más, sino en hacer ciencia con conciencia.
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