La otra cara de los desastres: nuestros animales

En Ñuble sabemos de desastres: terremotos, incendios, inundaciones, volcanes. La memoria reciente en distintas localidades de Chile (Chaitén, el 27F, los incendios de 2017, 2023, 2024) nos recuerdan que la emergencia no distingue entre personas, animales y ecosistemas. Sin embargo, nuestra gestión del riesgo sigue teniendo un sesgo antropocéntrico: protegemos lo humano, pero invisibilizamos a los otros seres que forman parte de nuestras comunidades y de la resiliencia regional.

El Barómetro Ñuble 2024-2025 evidencia que un 41,6% de la población percibe estar poco preparada frente al cambio climático, con mayor vulnerabilidad en el mundo rural. Los conflictos socioambientales – contaminación, residuos, problemas hídricos- afectan no solo la salud de las personas, sino también la de animales domésticos, de granja y la fauna silvestre. La mirada de “Una Salud” (humana, animal y ecosistémica) no es un lujo teórico: es una urgencia práctica.

En cada catástrofe, la respuesta ha sido reactiva. Tras la erupción del Volcán Chaitén muchos animales quedaron abandonados. Con el 27F, ONGs y voluntariado improvisaron rescates animales. En 2017, bomberos y médicos veterinarios actuaron con kits, dependientes de los propios voluntarios. Hoy, en 2025, seguimos confiando en la buena voluntad más que en protocolos integrados. ¿Podemos seguir justificando que la evacuación de mascotas y animales de granja dependa de improvisación? ¿O que la fauna silvestre quede reducida a un “daño colateral”?

Resulta vital proponer medidas como incorporar a los animales en los planes familiares de emergencia, habilitar albergues pet-friendly, diseñar contingencias prediales para animales de granja y proteger corredores biológicos que permitan la recolonización tras los desastres. No se trata solo de salvar vidas individuales, sino de sostener la seguridad alimentaria, la salud mental y los servicios ecosistémicos de los que dependemos.

La experiencia internacional y nacional muestra que incluir a los animales y ecosistemas en la gestión del riesgo fortalece la resiliencia social. Un kit con agua, alimento y medicamentos para las mascotas no es un detalle: es parte de la preparación comunitaria. Protocolos claros de coordinación con tomadores de decisiones no son burocracia: son garantía de orden frente al caos.

Ñuble está dando pasos, como la donación reciente de forraje de un privado a El Carmen frente a la última helada, o la creación de empleos de brigadistas CONAF para combatir los incendios del próximo verano que se prevén a nivel nacional. Pero falta dar el salto cultural: comprender que el bienestar humano no puede separarse del bienestar animal y ambiental. Solo así podremos enfrentar incendios, heladas o volcanes con algo más que coraje y con responsabilidad compartida.

La próxima emergencia no es cuestión de “si ocurre”, sino de “cuándo”. Ese día, la diferencia entre la tragedia y la resiliencia puede estar en si aprendimos, o no, a mirar más allá de nosotros mismos.

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